martes, 21 de octubre de 2008

un análisis rutinario

Ayer por la mañana madrugué mucho, como todos los días. Salí pronto de casa porque tenía unos encargos que realizar y, los hice. Después regresé a casa porque tenía que acudir al médico de la Seguridad Social que nos atiende a todos los que vivimos en casa, felices como perdices. Acudí al médico para unos asuntos para un familiar. Lo resolvimos y, antes de salir de la consulta el médico me dijo que, revisando días atrás mi historial médico se había dado cuenta que llevaba mucho tiempo sin hacerme un análisis rutinario. Es cierto. Llevaba años sin que me pinchen, así que el médico me ofreció un par de papeles que sacó de la impresora y me dijo: vete a ventanilla y que te den cita. Me dieron cita para hoy a las ocho de la mañana. Minutos antes de las ocho de la mañana me encontraba frente a las escalerillas de ambulatorio fumando un cigarrillo. Cuando he entrado me ha tocado esperar un poco y, cuando han citado el número que me habían asignado he entrado. He esperado mi turno, mientras a otras personas les pinchaban. En la sala había tres enfermeras rozando la sesentena y una chica muy joven que se dedicaba a escuchar las observaciones que le hacía una de las enfermeras, la que más lejos se encontraba de la puerta de entrada. Hasta allí me ha tocado ir. He entregado los dos papeles que tenía en mi mano derecha y la enfermera me ha dicho que me sentara y que me quitase el anorak de entretiempo. Lo he colgado en el respaldo de la silla y cuando me he vuelto para mirarle a la cara me ha dicho: Coloca el codo sobre la almohadilla. Lo he colocado. Después ha seguido con: Es que eres tan grande, hijo... Ha sacado una goma azul de no sé dónde y me la ha apretado un poco más arriba del codo, en el final de la manga de la camiseta corta. Me ha dicho: Cierra el puño un poquito. He cerrado el puño y he mirado hacia otro lado. No tengo miedo a las agujas ni nada por el estilo, pero no me gustan. Al levantar la mirada la enfermera tenía los ojos abiertos como platos y me ha preguntado: ¿Tú haces mucho deporte, verdad? Sí, hago todo el deporte que puedo y si no hago más es porque no tengo tiempo. Muy bien, hijo, se nota. Tienes venas de deportista. Abre el puño. La enfermera ha seguido con: Aquí tenemos a una chica que tiene que comenzar a pinchar y tu tienes unas venas buenísimas para que ella se estrene. ¿Te importa? He puesto cara asustadiza y la mujer me ha dicho: Ella tiene que aprender, como todos. ¿Te importa? No, no. No me importa. Así que la chica que estaba a su lado se ha levantado como un resorte de la silla con cara de felicidad. A la chica la llamaban Nina. Nina no es española. No sé su lugar exacto de procedencia pero me inclino por su nacionalidad francesa. Nina me ha dicho que se notaba en mis venas que practicaba mucho deporte y, quien escribe con la cabeza mirando hacia otro lado ha sentido la aguja y un pequeño escalofrío. Con la aguja clavada casi dos minutos porque me han sacado varios tubitos de sangre me ha entrado mucho calor en el cuerpo que ha desaparecido con alivio cuando ya no tenía nada punzante clavado en el brazo derecho. La enfermera sesentera me ha colocado un trozo de algodón en medio de una tira de esparadrapo y me lo ha pegado a la piel. Nina le ha dado las gracias a la enfermera por haber podido pinchar por primera vez y se han abrazado. La enfermera me ha dicho que me podía levantar y me podía marchar. Cuando he salido del ambulatorio me sentía bien. Andando, cincuenta metros adelante, me ha entrado un nuevo golpe de calor en el cuerpo y he comenzado a sudar en brote. Hasta que he llegado a casa las piernas han comenzado a flaquear como el boxeador bien sacudido, andando sin fuerza, y un fuerte mareo me ha llegado a la cabeza. He llegado a casa hecho una piltrafa, con menos fuerza que el pedo de un marica en la playa. Me he cambiado de ropa y me he sentado un poco. Me he lavado la cara. He desayunado muy fuerte. He fumado un cigarrillo después del desayuno y me he vuelto a sentar otro poco. He quedado adormilado. La posición en la que estaba adormilado no era cómoda, así que he caminado hasta mi habitación, he cogido el reloj despertador y me he ido a tumbar a la cama de mi hermano. Mareado me he quedado frito un par de horas. Supongo que Nina será muy feliz a nivel profesional por haber realizado la primera extracción de su vida. En lo que me toca me siento contento porque es de las pocas veces en mi puta vida en las que soy el primero en algo. Les confieso que suelo llegar a todo con años de tardanza. Lo que no les escribo es la bronca soberana que me ha caído al llegar al trabajo con varias horas de retraso. Quedan por saber los resultados.

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