Esta semana pasada, no recuerdo bien el día, en el trabajo varios compañeros tuvimos una conversación en un rato de poco trabajo. En todos los trabajos se fuma, quien les escribe se fuma lo suyo, algunos días me fumo lo mío y lo que no es mío también. A parte de fumar, en todos los trabajos hay momentos en los que se sigue fumando en comunidad. Si tienes que estar por obligación, en ocasiones si no hay nada que hacer formamos corrillos y charlamos. El otro día, la otra tarde en cuestión, varios compañeros de trabajo me hicieron saber que, en el colegio todos jugaron a algo, en algún momento, conocido como "el amigo secreto". Quedé estupefacto. Era la primera vez que lo escuchaba. Se quedaron alucinados ante mi ignorancia. Resulta que, en el colegio, de vez en cuando los compañeros de clase decidían realizar regalos. Máximo "tanto" dinero. Mínimo "tanto" dinero. El azar te hacía regalar lo que habías comprado a tu compañero de clase, aunque no fuese tu amigo. Esta gilipollez se conoce como un juego que se llama "el amigo secreto". Jugar al amigo secreto. En su momento, debe ser, no acudí a esta lección de recreo. Por el contrario, a los compañeros de trabajo les conté lo que me sucedió un día en mi más tierna infancia. Resulta que fue el cumpleaños de un compañero de clase. Después del colegio íbamos a ir unos cuantos compañeros a celebrar el cumpleaños a una cadena de comida rápida norteamericana. La última hora de la tarde, de ése día durante todo el año nos tocaba gimnasia. En la mochila tenía guardado y empaquetado, bien envuelto con papel de regalo, el regalo. El obsequio era un compás. En el partidillo de fútbol sala que jugamos el cumpleañero estaba colocado de portero en una de las porterías. A menos de diez minutos para el final, cuando el equipo en el que me tocaba jugar íbamos perdiendo por un gol de ventaja, alguien me pasó el balón y, metí gol. Mientras lo celebraba con los demás chicos del equipo, el cumpleañero portero se acercó corriendo hasta mí y, me gritó que yo no estaba ya invitado a su cumpleaños. Al término del partido, subimos a clase a por las mochilas y a la salida del colegio vi a los invitados en corrillo junto a la madre del cumpleañero. Pasé a su lado y sin decir nada seguí mi camino. Al llegar a casa me preguntaron por el cumpleaños. Dije la verdad. Desenvolví el compás y comencé a utilizarlo en la clase de dibujo esa misma semana. Aquél desastre de enemistad no sentó muy bien en mi casa y, es lo más parecido que tuve y que tengo ha haber jugado "al amigo secreto". Los compañeros de trabajo se rieron con esta historia cierta y, algunos de los compañeros llegaron a la conclusión rápida que quizá por este hecho, desde entonces, decidí tratar de convertirme en escritor. El colegio siempre me pareció un lugar patético de mimados. Cada vez que paso junto a un colegio y veo a los niños jugando en el recreo me entra un poco de pena.
domingo, 30 de noviembre de 2008
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