Ayer por la tarde, cuando llegué a casa después de trabajar, cogí la mochila de hacer deporte que me había dejado preparado en la madrugada y me marché a la piscina a nadar. Hice bastante ejercicio. Al regresar a casa, en el ascensor, me encontré a un vecino un par de años mayor que quien escribe y mantiene como puede este humilde blog. Ustedes deberían ver a mi vecino. Tiene un cuerpazo de escándalo. Les puedo asegurar, en serio, que este chico hombre trabaja desde hace años como azafato de vuelo para una gran compañía que está en horas bajas. La dirección de la empresa para la que trabaja le ha llamado muchas veces al orden por un motivo: mi vecino está tan cachas que cada dos por tres destroza las camisas a medida del trabajo porque su físico es impresionante. Me consta que este chico hombre, sin ser multimillonario ni nada por el estilo, va por la vida quitándose a las mujeres a manozato limpio. De hecho, tiene una novia siria, que es azafata de vuelo como él, que es una de las tres mujeres más impresionantes que conozco en la vida real. Me cuenta mi vecino al entrar en el ascensor, vestido con ropa deportiva, que viene de jugar una pachanga al baloncesto. Dice que ha jugado con varios niñitos de veinte años y que le han dado una tunda de escándalo. Me dice que viene muy enfadado porque se ha tenido que emplear a fondo, a fondo y con mucho juego sucio para no quedar como un rídiculo. Me dijo mi vecino que las nuevas generaciones vienen apretando fuerte, y que lo lleva muy mal. Que no le gusta que le ganen y menos aún hacer el ridículo. A mi vecino le sienta muy mal que las nuevas hornadas nos superen. ¿Y qué le vamos a hacer? No le vamos a hacer nada. Si ya te ganan porque las nuevas hornadas tienen un mejor poderío físico, como es normal, lo que hay que hacer es aceptar las cosas. Mi vecino no entiende que la juventud, como todo en la vida, se pasa. Allá él, tendrá que aprender a vivir con ello por las buenas o por las malas. En mi caso, sin ninguna duda, espero vivir con ello por las buenas. Creo que es lo más sensato y lo mejor.
El pasado jueves por la noche mi amiga Fran me escribió un correo electrónico que pude leer ayer por la mañana y que he contestado hace un buen rato. Creo que mi amiga Fran es la mujer más inteligente que conozco. Es rápida de cabeza. Piensa rápido y tiene un humor precioso para reirse de casi todo, en especial de ella misma de manera muy fina. Mi amiga Fran me escribió al correo electrónico para hacerme saber que llevo una temporada en la que no paro de despotricar sobre la mujer española. Mi amiga Fran me escribió y pude leer: Oh! Oh! Querido Andrés; siempre estás a vueltas con lo mismo. Yo también podría despotricar sobre los hombres. Ella me pregunta: ¿Quieres que despotrique de los hombres? Oh! Querida amiga Fran, estoy deseoso por leer como despotricas de los hombres. Me interesa muchísimo. Los hombres no somos ningunas joyas. Las mujeres tampoco. Todos creemos que valemos muchísimo pero en la menor oportunidad que tenemos nos sacrificamos unos a otros como corderos en el matadero. Es la ley de la vida. Es el ritmo que imprime la vida y que no frena. Los hombres somos niños golfos. Las mujeres guardan con celo y con todo lo necesario su guarida y se comportan como tenientes. ¿Por qué tu mujer, que antes fue tu novia, ya no es tan comprensiva como cuando ella trataba de liarte prometiéndote amor eterno? ¿Por qué tu marido, antes tan tierno y educado, ya no te hace ni puto caso y dice que va al bar, pero primero acude a una casa de citas y después acude al bar? ¿Qué es lo que nos hace cambiar? ¿Por qué un buen día como otro cualquiera nos levantamos de la cama y nos convertimos en todo lo que siempre detestamos? Creo que se podría escribir mucho sobre estas pequeñas cosas, sobre los sinsabores a los que nos vemos expuestos y nos doblegan sin compasión, pero quizá lo más acertado creo que es escribir que lean ustedes a William Shakaspeare. Este dramaturgo y escritor inglés ha dejado un legado escrito sobre las relaciones hombre-mujer-mujer-hombre incontestable. Los hombres despotricamos de las mujeres y las mujeres despotrican de los hombres. Siempre igual. Ha sido así y así será, por los siglos de los siglos. Lo que realmente llama la atención es que siempre, tanto hombres como mujeres caemos en el mismo ejercicio funesto. Debe ser porque el mundo tiene que seguir avanzando y tenemos la obligación de seguir reproduciéndonos. Qué bonito es leer a William Shakaspeare. Los hombres y las mujeres, mal que nos pese y siendo tan diferentes, estamos condenados a entendernos.
El pasado jueves por la mañana me resultó muy grato escuchar una canción de Guns and Roses editada en el año 1988. Hace veinte años Guns and Roses eran una auténtica banda de rock. Buenos músicos, fortaleza y una pose cojonuda para atraer público haciendo creer que la vida puede ser rock and roll a todas horas. La canción, la buena canción que escuché fue "I used to love her". Guns and Roses me han gustado bastante porque han sabido hacer rock and roll auténtico y, americano. Siempre me ha atraído mucho la dualidad de las letras de su cantante que ahora el sólo es Guns and Roses. El estribillo de "I used to love her" me parece una buena manera de finalizar este artículo: La amé tanto, la amé demasiado, la amé tanto que al final no tuve más remedio que matarla.
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