Ayer por la tarde mi hermano y su mujer vinieron a buscarme a casa. La intención era acudir hasta el centro de la ciudad de Madrid para tomar algo en este algo puente y, después bajar andando hasta la diosa Cibeles. Mi hermano llamó al teléfono y me dijo que me esperaban abajo, en la calle. Me puse las botas, comprobé que el gas y el agua tenían las llaves de paso cerradas, me coloqué la mochila a la espalda y fui a reunirme con ellos. Cuando nos vimos la mujer de mi hermano estaba en el coche mientras mi hermano estaba hablando con un vecino de toda la vida. Nos saludamos. Resultó que el vecino se dirigía hacia el mismo lugar de la ciudad que nosotros y, como ya llegaba tarde subió al coche. Un cuarto de hora después llegamos a la zona de ambiente de la ciudad. El vecino dio las gracias y se bajó del coche. En el trayecto el vecino y yo fuimos sentados en la parte trasera y, lo primero que dije en cuanto cerró la puerta tras haberse bajado fue: qué hijo de puta, qué guarro, no se puede ir así por la vida. A las seis y media de la tarde el aliento le apestaba a vodka con naranja y a vino tinto. Con el pelo muy sucio y sin afeitar casi una semana las axilas no paraban de sudar oliendo como un potro caído en barrena. Asqueroso.
Encontramos aparcamiento. Fuimos dando un paseo hasta encontrar uno de los garitos de moda que a mi hermano tanto le gustan las pocas veces que sale. A mí los garitos no me gustan, ninguno, pero menos aún me gusta uno de moda, de ésos en los que los camareros y camareras van de auténticos por la vida a la moda. Suciedad y suciedad, pelos raros, sombreros detrás de la barra y gilipolleces varias. Asexuados y maricones por doquier. Allí estuvimos charlando un rato. Al terminar la consumición fuimos caminando la calle Hortaleza de la ciudad de Madrid. Nos paramos en el escaparate que ofrece vista a la calle en una librería de viejo. Los tres vimos mi primera novela publicada en el escaparate. A mi hermano le hizo ilusión. Bajamos la calle Gran Vía en dirección a Cibeles. El centro de la ciudad de Madrid estaba cortado al tráfico y las personas abarrotábamos las calles.
A las ocho y media de la tarde llegamos a Cibeles. Buscamos un buen sitio muy cerca del Palacio de las Telecomunicaciones y antigua sede central de Correos y allí nos quedamos charlando hasta que casi una hora después La Fura dels Baus salió a escena con un espectáculo gigantesco para ofrecernos su versión del levantamiento de los madrileños contra los franceses. El espectáculo fue bonito, divertido y agrabable. La puesta en escena fue buena y llamativa, y la música que envolvía al espectáculo ensordecedora. Tiene su explicación: o envuelves a los espectadores con el sonido a todo trapo o la función no vale ni la cuarta parte de lo que vale. La tarde estuvo interesante. Cuando terminó el espectáculo fuimos andando hasta el coche. En el coche volvimos casa. Cené un poco y me metí en la cama a dormir.
sábado, 3 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario