viernes, 13 de marzo de 2009

el sindicalista

Durante esta semana he tenido tiempo para sentarme a escribir en este humilde blog. Lo que ha sucedido es que por varios motivos, a la hora de sentarme a escribir, he sufrido bastante hastío, así que para sentarme a escribir hastiado tomé la decisión de meterme en la cama a dormir. He preferido pasar el hastío en la cama con los ojos cerrados. Durante esta semana han sucedido varias cosas interesantes. Quienes lo hayan visto pudieron comprobar como los ridículos de el Real Madrid perdieron de manera estrepitosa por cuatro goles a cero en Inglaterra frente al Liverpool, lo que ha significado la eliminación de los ridículos de el Real Madrid de la Copa de Europa por otro año más. También se ha podido ver como el Atlético de Madrid ha caído en las competiciones europeas frente a un débil Oporto, en cierto modo por la racanería del entrenador rojiblanco. En materia futbolística y en Europa, el Fútbol Club Barcelona y el Villarreal son los equipos españoles que siguen adelante.

Lo más destacable de la semana ha sido la sangría que ha cometido un chaval de diecisiete años en una pequeña y tranquila localidad al sur de Alemania. Un chico hastiado repleto de hormonas que no podía controlar, un chico incapaz de encontrar sentido a su vida que se ha cegado y se ha precipitado y la ha montado bien gorda. Ha cometido numerosos asesinatos en su antigua escuela, en la que se graduó el año pasado. En apariencia un chico joven, formal, de familia adinerada y con un futuro prometedor. Quizá en los futuros prometedores las personas no somos capaces de reconocer cabezas atormentadas. En los Estados Unidos de América, en una pequeña localidad del sur del país otro hombre de vida tranquila ha tenido un cortocircuito en la cabeza y se ha cargado a sus padres y a sus tíos y a todos los que estaban alrededor de los que tenía en mente asesinar. Ya pueden leer ustedes, el asesino norteamericano se dedicaba en sus ratos libres a entrenar a un equipo de béisbol infantil.

Ayer por la tarde me ocurrió una cosa. Estaba trabajando de manera normal cuando a las cinco me llama mi jefe a un aparte y me dice: Me vas a hacer un favor. A las seis te montas en el coche y te marchas al aeropuerto. Recoges a estas dos personas y después les llevas a esta dirección. Cuando termines te marchas a tu casa. Ya no vengas hasta mañana. Supongo que mi jefe me eligió para el encargo porque sabe que he viajado algo y hablo inglés y me sé desenvolver con soltura en los aeropuertos. A las seis de la tarde me despedí de mis compañeros y monté en el coche rumbo al aeropuerto. Al cuarto de hora de conducir me dije sorprendido a mi mismo: ¡Cáspita! Si resulta que a las seis de la tarde el sol alumbra la ciudad y los niños juegan en los parques y algunos padres y algunas madres juegan con sus hijos en los parques y otros adultos pueden leer los periódicos tranquilos. Mi cometido era llegar hasta la Terminal Cuatro. Las terminales uno, dos y tres las tengo bastante controladas. No sería difícil encontrar la Terminal Cuatro. Resultó que el sol pegaba de lleno en los carteles cercanos al aeropuerto, por lo que no pude leer nada. Pasé la terminal uno, la terminal dos y la terminal tres. El cartel de la Terminal Cuatro no lo pude leer porque el sol me lo impidió y, al pasarme la salida, minutos después comprobé que me encontraba en la localidad de Paracuellos del Jarama. Tenía cierta idea sobre el paradero lejano de la Terminal Cuatro. Ahora sé a ciencia cierta que la Terminal Cuatro se encuentra en la localidad de Paracuellos del Jarama. Di la vuelta y, con un poco de suerte llegué a la Terminal Cuatro en hora. Llamé al número de teléfono móvil que me ofreció mi jefe para localizar a las personas que tenía que recoger cuando comprobé que el número de vuelo en el que procedían ya había aterrizado. Con varias explicaciones nos encontramos rápido. Les llevé hasta la dirección apropiada después de comernos un atasco severo de entrada a la ciudad. Volví a mi casa, me di una ducha, fumé un cigarrillo y me metí en la cama.

Esta mañana he llegado al trabajo y les he explicado a mi compañeros lo que hice la tarde anterior y como me sentí. Los compañeros escuchaban mi verborrea ácida y cínica y, como me escuchaban y algunos sonreían me he ido animando. Ya saben ustedes como funcionan estas cosas. Te dan la mano y al segundo siguiente quieres el codo. Animado les he explicado a mis compañeros sonrientes algunas cosas: Queridos compañeros, ayer por la tarde me ausenté por este motivo y, en el periplo me di cuenta de varias cosas. He comprobado que fuera de este trabajo existe vida y que la gente anda por las calles. He comprobado que a las seis de la tarde el sol alumbra la ciudad. Con esto, quiero deciros, queridos compañeros, que somos una panda de pringados y que llevamos una vida de mierda y que vivimos muertos; quiero que sepais que en vuestras casas nadie os hace ni caso porque en realidad sois unos extraños que unicamente vais a dormir. A ver gilipollas, ¿cuántos de vosotros habeis visto crecer a vuestros hijos e hijas? ¿Cuántos? ¿Qué coño habeis disfrutado de vuestros hijos e hijas? Algunos de mis compañeros asentían y otros se reían. La cuestión es que a mi espalda se encontraba mi querido jefe y, no puedo escribir desde cuándo. Quizá escuchó toda la verborrea. Algunos de mis compañeros me han mirado y con la vista me han hecho saber que tenía a alguien detrás de mi. Al girarme he visto al jefe que, sin poder decir nada me a dicho: Lo que hacía falta. Que aparte de lo gilipollas que eres ahora te conviertas en sindicalista. He pasado un día bastante malo pensando que a las seis de la tarde ya no podría ver el sol.

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